Esta no es una gran historia de elfos y magos; no hay héroes ni gestas y causas por las que luchar para salvar al mundo. Ni siquiera es una historia con un final feliz. Simplemente se trata de una de tantas, la historia de mi vida; la historia de la tuya. Porque tú y yo somos muy parecidos. Hemos nacido bajo el yugo esclavizador de las posesiones, que cobran la falsa forma de objetos donadores de felicidad. Te levantas porque una máquina que emite un endiablado sonido te lo ordena; vas a la cocina, abres la nevera y coges el brick de leche; desayunas, te aseas, te vistes y abres la puerta hacia tu mundo; el de la rutina. Pueden disfrazarlo de mil maneras, con nombres enrevesados para describir tu puesto, con salarios apetecibles, con falses expectativas de futuro o con la más brillante e ingeniosa de las argucias; la de creer que eres alguien importante y que tu trabajo sirve de algo y es valorado por tus semejantes. Esta triste historia, tiene el mismo final para ti y
Somos Hijos de la selva; no sabemos si existen Dios, los números, las ideas o los múltiples universos; sabemos que el tiempo pasa y no puedes desperdiciarlo intentado hallar una solución a aquello que no la tiene.