La infinidad de libros de historia que copan las estanterías en las bibliotecas, crean en tu mente una percepción virtual de la historia de la humanidad; no estuviste allí, no viviste la revolución industrial, ni la revolución francesa ni la aria, pero, sin embargo, las recuerdas perfectamente. Y aunque la historia esté escrita por los vencedores, también hay una pincelada de los vencidos, que esbozaron su versión a través de historias e historietas. Con este compendio de sabiduría recogido en la palma de tu mano, puedes imaginar el estilo de educación que se creó hace unos pocos siglos, la llamada educación Victoriana. Era un planeta de contrastes, en el que la mayoría de la gente era analfabeta y lo más lejos que había viajado era a la casa del vecino; los libros, escasos tesoros, no permitían contrastar la sabiduría sobre los que ellos, alguien, en algún momento de inspiración, había plasmado como verdad absoluta. Los sabios eran inaccesibles para el proletario y guardaban con
Somos Hijos de la selva; no sabemos si existen Dios, los números, las ideas o los múltiples universos; sabemos que el tiempo pasa y no puedes desperdiciarlo intentado hallar una solución a aquello que no la tiene.