De aquél imperio en el que nunca se ponía el sol, sólo quedan vestigios en negro sobre blanco, una historia contada por los conquistadores y que se hundió
junto a aquella armada que se creía invencible. No es un secreto que España no funciona, pero sí que lo hacemos los Españoles; somos un buen producto que tiene un mal envoltorio y un pésimo
publicista. Jamás conocí patria alguna que se autolesione tanto como la Española. Y todo esto me hace pensar que es irremediable buscar una alternativa; pasó hace siglos y se repite, no se puede
luchar contra los elementos.
Pero he aquí donde radica el principal impedimento a zanjar el entuerto, en los elementos; tanto los unos como los otros. Un jefe de estado inexistente que se pronunció
de manera tardía, intentando salvar su honor en cinco minutos con un discurso parco en palabras y soluciones; un boceto inacabado, escrito de manera apresurada recopilando los titulares de prensa y transmitiendo un
solemne mensaje de intransigencia.
Por otro lado, el presidente de, ¿todos los Españoles? Un señor que hace tiempo debería de estar disfrutando de las ventajas sociales de su futura pensión vitalicia de expresidente, tumbado
en las soleadas playas del mediterráneo o jugando a las cartas en el club de retirados, por el contrario, exprime sus últimos coletazos de testosterona jugando a hacer la guerra en un fallido intento de emular
a Winston Churchill pero a la española, proporcionando un grotesco espectáculo e intentando convertirlo en opera prima, como estandarte de un gobierno en decadencia que anhela ese látigo con el que un
día sometió a tantos.
Y por último, pero no menos importante, el presidente de la generalitat; un guerrillero de tres al cuarto venido a más gracias a las bravuconadas de una caterva de monigotes
que hacen lo que les da la gana sustentados en esa democracia unilateral, un despropósito conceptual en sí mismo. Si lo que se consigue con violencia sólo se mantiene con violencia, lo mismo sucede con
la unilateralidad; cuando Cataluña sea independiente y a una de estas cabezas pensantes le de por elaborar algún magistral despropósito, cualquier interpelación será en vano ya que el atuogobierno
unilateral será intocable.
No me parece descabellado invitar a su majestad el rey a que abdique, al presidente del gobierno Español a que sea expulsado sin honores y al de le generalitat a que piense en
sus conciudadanos y reconduzca el juego volviendo a usar las reglas; saltarse la ley, aunque resulte ajena, es un claro síntoma de grandilocuencia y se aleja completamente de la humildad que se espera de un gran líder.
Apelo a la cordura y a que alguien capacitado nos ayude, porque España no se hunde, lo hacemos los Españoles dándonos la espalda y retándonos a ver quién
cuelga la bandera más grande en su balcón. Pero repito, alguien capacitado, por favor, porque desde hace unos días parece ser que una iglesia moribunda, buscando redimirse de todos sus pecados y en aras
de alcanzar su último minuto de gloria, se postula como fiel consejera de aquellos que la repudian. Resultaría dantesco inmiscuir al clero en asuntos de tal enjundia; preferiría confiar en el acierto de
las personas antes que en la infinita sabiduría del Señor.
Necesitamos humildad, coraje y sabiduría, atributos que ninguno de nuestros políticos en activo cumple. Es momento de escuchar a las canas de Julio Anguita o José
«Pepe» Múgica que permita que medre el raciocinio y se restaure la armonía entre personas que no se odian sino que son obligadas a odiarse, en un oscuro beneficio de los autroplocamados líderes
y los medios de comunicación que les reverencian. Es imposible responder a la pregunta de si estas dos personas anteriormente citadas lograrán algo pero lo que está casi garantizado es que no habrá
interés alguno en sus consejos; su edad les ha privado de ese egoísmo característico de la juventud y de imponer una realidad percibida que se desvirtúa según el prisma con que se mire.
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