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Divergencia contemporánea entre la opinión y el contenido

"Y si he escrito esta carta tan larga, ha sido porque no he tenido tiempo de hacerla más corta". Esta sentencia, taxativa a mi parecer, se ve incumplida una y otra vez en un fallido intento por intentar llenar de tinta, ahora electrónica, las mentes inquietas, ávidas de información banal y completamente innecesaria del usuario que busca saber mucho de nada y un poco de todo; de hecho, parece como si su incumplimiento se hubiera convertido en una máxima si se quiere ser un comunicador de éxito. La capacidad de síntesis brilla por su ausencia y, quien lo intenta, no consigue más que sesgar el objeto de su misiva, reduciendo cualquier atisbo de comunicación en una suerte de palabras oportunas y frases que generen más visitas, más likes o más retweets. El saber sí ocupa lugar y actualmente éste se llena de mala hierba, impidiendo que broten los conocimientos de base y la autocrítica.

Si se echara la mirada atrás, se observaría que la cantidad de cosas que pueden caber en un block de notas es inimaginable. Schrödinger publicó su block de veinte páginas y recibió un premio nobel a cambio. Tal vez sea el hecho de saber que el espacio es limitado, que las páginas se acaban o que lo que se escribe permanece grabado sobre el papel y las herramientas de SEO no lo relegan al club de los olvidados pasado un tiempo, breve en general. El caso es que antaño, los blocks tenían un contenido más enriquecedor que los innumerables terabytes de memoria que inundan la red de cables y discos duros en que hemos convertido el orbe.

Y no es que tiempos pasados fueran mejores; en mi opinión el pasado y el presente no importan, sino más bien lo que es correcto y lo que no. Tener la posibilidad de escribir de manera ilimitada y no dedicar a lo escrito un mínimo repaso y tiempo de reflexión no han de ir de la mano necesariamente. Tal vez sea debido a esa necesidad endémica de la raza humana por despilfarrar los recursos de los que se dispone. Se devastaron bosques, se vaciaron mares y ahora toca inundar la red de información innecesaria. Disfrutar de cada frase y escoger la palabra más apropiada son placeres que han sido relegados completamente por la lectura diagonal y los titulares. Posiblemente más del 99% del contenido de la red sea completamente trivial.

La verborrea se confunde además con la clarividencia, el disparate, con la libertad de expresión y el insulto con la sátira. Que todo el mundo tenga derecho y sea libre de opinar es innegablemente algo que, a priori, parece positivo para la sociedad. Sin embargo, en la práctica, el método es imperfecto ya que el hecho de que cualquiera ejerza tal derecho es dudosamente beneficioso, pues parece más bien una traba, en numerosas ocasiones, para el correcto desarrollo del devenir del futuro en el sentido de que si lo que se difunde es erróneo o innecesario ha de ser perjudicial por definición.

Hoy en día, con la libertad de expresión por bandera, cualquiera puede plasmar su opinión, ya sea basada en parámetros objetivos y experiencias reales o completamente infundada y plantar la semilla de la incertidumbre en un cuantioso número de cerebros que convertirán lo que acaban de digerir en un credo, una verdad absolutamente irrefutable y por la que merece la pena enemistarse, odiar o incluso agredir a cualquiera que no comulgue con ese credo.

Las cosas son como son y no como se escriben. No por más líneas que se redacten lo absurdo cobrará sentido.

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