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El avance gracias a la guerra

Por algún motivo, muchas veces se toman como axiomas ciertas aseveraciones que, si uno dedicara a escudriñar, no serían tan evidentes. Es como si en algunas ocasiones, por el simple hecho de agradar al interlocutor, de no querer sembrar discordia, o simplemente por la desgana y el esfuerzo de ejercer el libre pensamiento, se asumiera cierta doctrina sin más miramiento. El caso es que ese fugaz momento de vivir en Babia es aprovechado por estas sentencias para plasmarse en la sinapsis neuronal y tomarlas como una verdad incuestionable, ya que en el momento de su aprendizaje, el pensamiento crítico estaba en baja guardia y la idea se coló como un cuchillo en la mantequilla.

Un ejemplo se encuentra en la frase que da el título a este escrito. Innumerables veces se ha usado dicha afirmación en diversos contextos y nunca he escuchado que nadie la rebatiera; en esencia, la gente se limita a afirmar o a evadir anteponerse ante esta premisa, la cual yo mismo predicaba otrora y con la que ahora no podría estar en mayor desacuerdo. Si uno no se detiene a reflexionar, parece bastante evidente que la sentencia cae por su propio peso, ya que en un momento de conflicto, en el que la supremacía respecto al enemigo prima ante todas las cosas, es cuando más habrá de estrujarse el cerebro para poder avanzar, estar por encima del contrario y poder vencerle. Pasemos a desgranar este párrafo.

En primer lugar, habría que definir en qué consiste el avance. En su sentido más general, cualquier tecnología, fruto del adecuado uso de un conjunto de técnicas que facilite cualquier cometido, puede definirse como avance; para ser más concretos, como un avance técnico. Así pues, si alguien coge varios cubos y los une de forma circular formando una rueda y une su eje a un molino, crea una noria y avanza respecto al que sigue llevando el cubo a mano, uno por uno, de una cota más baja a otra más elevada. Lo mismo podría aplicarse para el material bélico, tema que nos atañe. Se podría decir, sin miedo a equivocarse, que este tipo de avances supone un cambio incremental sobre el ser humano, ya que el hecho de coger algo que ya existe (un cubo) y unirlo a otra cosa que también existe (un molino) no puede considerarse la madre de los descubrimientos.

Si bien esto es cierto, también podría hablarse de otro tipo de avance, aquél que no tiene un resultado técnico tan evidente a corto o medio plazo, pero que, sin embargo, supone un cambio disruptivo en el curso de la humanidad. La ley de gravitación universal, el cálculo infinitesimal, el dominio de los campos electromagnéticos o la física nuclear, acompañada de la mecánica cuántica, son solo algunos ejemplos de avances científicos que cambiaron el curso de la historia. Y un claro caso del retardo que un gran avance puede tener hasta convertirse en algo tangible está en Ludwig Boltzmann, un gran pionero de la termodinámica, la estadística y arduo defensor de la hipótesis de la existencia del átomo, que se mantuvo completamente descartado hasta décadas después.

Habiendo definido qué es el avance de una manera analítica, parece lógico pensar que los avances técnicos se apoyan sobre los hombros de los científicos, siendo estos últimos los que realmente traen prosperidad a la humanidad. Está claro que la gente, en general, ve más el objeto final y se abstrae del fundamento  bajo el que se sustenta. Por ejemplo, uno se maravilla al ver un motor dee combustión interna, pero no piensa en los principios termodinámicos que hicieron posible elaborar los diagramas técnicos que dieron lugar a la invención de estos motores. Otro ejemplo más actual está en las cámaras de los teléfonos móviles, cuyo uso está muy popularizado y que se basan en sensores CCD que hacen uso del efecto fotoeléctrico para funcionar. Creo que, por tanto, no es muy descabellado opinar que lo que realmente trae progreso y prosperidad es el avance científico, eso sí, en forma de técnicas aplicables para el uso cotidiano.

Llegados a este punto, se dispone ya de una consciencia básica para poder abordar el análisis de la sentencia con un cierto criterio.

Cuesta imaginar a Isaac Newton sentado en su sillón de pensar, elucubrando sobre esa misteriosa "fuerza" que lo une todo y lo atrae hacia un mismo punto, mientras una orda de bárbaros invade su poblado y diezma sus recursos. Me atrevería a decir, por el contrario, que para realizar semejantes descubrimientos, no solo se ha de estar en paz, sino más bien algo aburrido, vivir en un lugar y tiempo en el que no ocurra nada, donde la caída de una manzana sobre la cabeza sea el acontecimiento más trascendental de la vida. Pese a que no sabría citar caso por caso si uno y cada uno de los grandes avances científicos han sucedido en tiempos de paz, los más conocidos sí que cumplen esta regla. Estos grandes pensadores regalaron su esfuerzo, su dedicación y su tiempo a la humanidad, nunca a la guerra. Incluso Albert Einstein, por nombrar al más popular, dijo que si hubiera sido conocedor de la aplicación bélica de su descubrimiento, se hubiera dedicado a construir relojes. El avance es inexorable, la ciencia está por encima del lucro, de la religión y de la propia guerra; ninguno de estos tres ingredientes son necesarios para avanzar; al contrario, son perjudiciales, y si algo han hecho a lo largo del curso del avance, no ha sido más que frenarlo y retardarlo.

Como colofón a este texto, un claro ejemplo de esto se encuentra en el vehículo eléctrico. En la exposición universal de París de 1881, se presentó el vehículo eléctrico, claro ganador frente a los motores de combustión interna de la época. Por desgracia para el avance, a finales del siglo XX, se descubrieron grandes yacimientos petrolíferos y los intereses económicos de la Standard Oil frenaron la investigación de los motores eléctricos. Además, con una primera guerra mundial en ciernes, los laboratorios del francés Gustave Trouvé, pionero del coche eléctrico, fueron completamente desmantelados para usar su material con fines de construcción de maquinaria militar. Por lo tanto, el lucro y la guerra trajeron más de un siglo de emisiones de gases nocivos, así como una dependencia del petróleo que impide, incluso a día de hoy, ir más rápido en el avance antes de convertir el planeta en un invernadero. Así pues, la próxima vez que uno oiga que la guerra ha traído muchos avances, dispondrá de una perspectiva analítica del asunto y podrá cuestionar (o no) la veracidad de lo que en ella se asevera.

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