Esta sentencia, la que encabeza este post, es la clave. La esclavitud falló en Egipto; Grecia y Roma sufrieron un parejo resultado; la monarquía autoritaria, el despotismo y la dictadura, experimentos del poder por dominar a sus súbditos, se cernieron estrepitosamente sobre una vorágine de caos y oscuridad, desencadenando fuertes represalias contra los que ejercían dichos poderes, llegando, en la mayoría de los casos a uno de los peores -si no el peor- sino al que puede enfrentarse un ser humano: despojarle de su propia vida.
Pero, sin embargo, han conseguido dar con la gran fórmula, tienen la receta milagrosa, fruto, no hay que negarlo, de milenios de arduo trabajo y un espléndido despliegue de argucias y artimañas que, como el agua que deja un gris día lluvioso sobre un tejado con goteras, han calado en lo más hondo de nuestro ser y, sin apenas saberlo, las hemos interiorizado y las empleamos como un patrón de conducta inherente a nuestro ser.
Hoy en día nadie se cuestiona que la rectitud estriba en ser un buen engranaje del modelo productivo, que trabajar sin sentido en una tarea que no te reporta nada, pero que está enmascarada con un título universitario o que goza de cierto prestigio social, es un fin en sí mismo.
Nos han hecho creer que toda esa basura te permitirá formar parte de una élite; sí, una élite de parias adictos a la adulación y que se nutren de la envidia que despiertan en el resto de parias que no consiguen su estúpida meta, la de ser gerentes de una planta que produce un producto A y lo distribuye a un país B para enriquecer a un sujeto C.
Siempre es lo mismo. Cada día que sales de tu monótono trabajo, te miras satisfecho y rezas: otro día más! Y lo más preocupante es que te sientes orgulloso de ello. Yo me pregunto: otro día más para qué? Para que llegue el fin de tus días? Para que otra patética vida se esfume dejando en su fugaz existencia una cúmulo de nada y absurdo?
Pasarás los próximos cuarenta años de tu vida luchando por hacer que un conjunto de unos y ceros, un código binario, marque un número cada vez mayor en una de esas pantallas que puedes encontrarte por la calle. Sacrificarás tu juventud, dedicarás poco tiempo a tus hijos y no disfrutarás de tu vejez simplemente por la excitación de que ese numero sea cada vez más grande y, lo más importante, más grande que el de la gente que te rodee, porque así serás mejor que ellos.
Sí, tu primo es un gran escritor (en paro), vale, tu amiga del colegio tiene ideas revolucionarias sobre política y un ansia inconmensurable por cambiar el mundo (también en paro), pero tú tienes euros; corrijo, tienes una monitor en el que pone que tienes una cantidad de euros porque en realidad, en realidad no tienes nada.
Y la aguja caerá a las tres diciendo otra hora más.
Y el martes pasará diciendo otro día más.
Y el 2013 pasará diciendo otro año más.
Y así, inevitablemente, acabarás diciendo: otra vida más.
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